11 octubre 2007

Hollywood Babylonia

La factoría hollywoodiense siempre estuvo salpicada en mayor o menor medida por los escándalos y tropelías de los artistas del celuloide pero los escándalos, como todo, también tuvieron su edad dorada, esa que fue de los años treinta a principios de los cincuenta. La puritana sociedad estadounidense contempló horrorizada y perpleja como los astros de la pantalla se convertían en la encarnación del mismísimo satanás y los grandes estudios en un foco de perversión e indecencia propia de Sodoma y Gomorra. El pionero, como en muchas otras cosas, fue Charles Chaplin, sus innumerables matrimonios con jovencitas (algunas de ellas menores) salpicaron a la opinión pública, no hubo piedad y si a sus escarceos amorosos sumamos sus planteamientos izquierdistas en muchos de sus films, el linchamiento público estaba asegurado: tras un viaje al extranjero se le prohibió pisar Estados unidos, se refugió en Suiza. Por aquella época se puso en marcha el Comité de Actividades Antiamericanas, la famosa caza de brujas destinada a descubrir a todos los comunistas infiltrados en la industria cinematográfica, según palabras del propio comité: “La vida de Chaplin contribuye a destruir la fibra moral de América.” Basaban su acusación, al margen de los escarceos amorosos, en la correspondencia que el artista mantenía con el pintor Pablo Picasso y haber asistido en Nueva York a una conferencia sobre arte “ruso”, palabra tabú en la época. La sentencia fue firme, se le acusó de “pertenecer al Partido Comunista, así como de graves delitos contra la moralidad y de formular declaraciones que demuestran una actitud hostil y de menosprecio hacia el país gracias a cuya hospitalidad se ha enriquecido.”

Otro que se hizo un hueco en las revistas del corazón de la época fue el inefable Errol Flynn, el bueno de las pelis tenía muy poco de bueno en la vida real, varias acusaciones de violación a jovencitas y también a jovencitos, violencia doméstica y agresión a periodistas, componían la hoja de servicios de este reconocido simpatizante del III Reich que pese a ello, no fue investigado por el Comité de Actividades Norteamericanas, reservado para rojos y demás escoria. A los pleitos por abuso de menores y violación, hay que añadir un incurable alcoholismo y simpatía hacia casi cualquier sustancia que alterara sus neuronas. Cuenta la leyenda que en plena fiesta en una mansión en Beberly Hills, el tío Errol, se bajó los pantalones ante el estupor de todos los presentes y agarrando su miembro viril que también cuenta la leyenda estaba dotado de generosas proporciones, se puso a tocar una pieza de Chopin al piano. Murió con 50 años de un ataque cardíaco, las drogas, el alcohol y el sexo casi a diario se lo llevaron prematuramente.

No podemos olvidarnos de Robert Mitchum, ese monstruo de la interpretación y pilar indiscutible del cine negro. El talentoso protagonista de “Retorno al pasado” y “La noche del cazador” saltó a la palestra rosa debido a sus innumerables “affaires” amorosos (incluyendo Ava Gadner) e incalculables escándalos por desórdenes públicos, alcoholismo y posesión de marihuana. Este señor parecida vivir el día a día metido en la piel de cualquiera de sus personajes, sus declaraciones públicas estaban salpicadas de una sorna y un sarcasmo propias de un guión de cine negro. Muy dado a codearse con el pueblo llano, fue detenido en compañía de sus dobles (los que doblaban sus escenas peligrosas) en los más abyectos y apestosos tugurios after hours de Los Ángeles. Cuando era un completo desconocido, se presentó el joven Mitchum en un estudio argumentando que: “quiero trabajar en Hollywood, haré lo que sea, de extra, de enano, de chino, de lámpara.” Para entender mejor el carácter jocoso de este personaje baste recordar la siguiente anécdota: el actor Charles Laughton, ofrecía en su mansión una glamourosa fiesta en la que todos los invitados debían acudir disfrazados. El señor Mitchum apareció tal y como su madre lo trajo al mundo untado de mostaza y ketchup para asombro de propios y extraños, al ser preguntado de qué iba disfrazado, con su sorna particular argumentó: de salchicha, de perrito caliente. Genio y figura. Episodio que pretendo emular la próxima vez que me inviten a una fiesta de disfraces si mis numerosos perjuicios provocados por 28 años bajo el yugo patriarcal me lo permiten.

Mención merece también John Ford, el director de “El hombre que mató a Liberty Ballance” o “El hombre tranquilo” agarraba unas menopeas épicas y aparecía en el plató despotricando de todo Dios para disgusto de actores y sobretodo de productores. Perdió la visión en un ojo (de tanto mamar seguro) de ahí su característico parche de pirata, parche que intercambiaba de ojo conforme su borrachera tomaba titánicas proporciones, obviamente ya no veía con ninguno.

Podríamos seguir hasta la eternidad, Sinatra y sus vinculaciones con la mafia, el polémico topless de Greta Garbo, la bisexualidad de Marlene Dietrich, la conocida ninfomanía de Grace Kelly (cuando pienso en ello sufro erecciones violentas) las legendarias borracheras que cogían en el barco velero de Bogart, personajes como Dean Martin o John Houston, lo extraño es que el velero no se hundiera alguna noche. El productor Howard Hughes y su policía privada secreta destinada a conocer los secretos más íntimos de las actrices, llegó a colocar micrófonos ocultos con el fin de conocer los gustos e inquietudes de las estrellas para así facilitar la posterior seducción, era bastante feo además, lejos del Hughes que nos pintó Scorsese mediante Leonardo Dicaprio en la película basada en su vida “El aviador”. El alcoholismo y la pasión por la velocidad del bueno de Steve McQueen, probablemente el último gran rebelde de Hollywood y que como muestran la fotos, poco parecían importarle sus constantes detenciones.

Una edad dorada donde las limusinas se acumulaban en las puertas de mansiones, los cigarrillos de marihuana corrían de boca en boca y las jóvenes aspirantes a actriz debían abrir todo su talento (cuando no otras cosas) para conseguir el anhelado papel que las lanzara al estrellato. Estrellas del celuloide que no necesitan de la escuela Actor’s Studio para meterse en un papel. No precisan de las excentricidades de Robert de Niro o Pachino como convivir unos meses en una prisión cuando tienen que interpretar un papel carcelario: la mayoría de actores clásicos habían pisado la cárcel antes de ser estrellas. Ni encerrarse en un cuartel semanas antes de empezar el rodaje de un film bélico como hace De Niro: infinidad de actores de la edad dorada combatieron en Europa o en el Pacífico durante la Segunda Guerra Munidal. Por poner sólo un ejemplo, el británico David Niven fue condecorado piloto de la Raff por su heroicidad en combate. Como él mismo afirmaba: “Yo solo me hubiera bastado para terminar con toda la Luffwage alemana.” Actores y actrices que nunca necesitaron de ningún título que dijera que habían estudiado arte dramático, estaban hechos de otra pasta, actores que nos recuerdan lamentablemente que cualquier tiempo pasado fue mejor.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cojonudisimos articulos, sí señor.

Ahora toca cumplir religiosamente actualizando y iluminandonos con ese verbo y esos conocimientos suyos. Lo agraderemos sobradamente.

Anónimo dijo...

Muy buenos los artículos, tanto uno como el otro, muy grande.